domingo, 2 de junio de 2013

El parto


-Vea, yo soy un hombre creyente; pero no creyencero(1).  Así que juzgue usted esto que le voy a contar.

Mi compañera estaba embarazada. Ya casi iba a cumplir los 9 meses, y yo no me alejaba de ella, porque le daban mareos y a veces se ponía muy mal. Pero un día, se me acabó el alimento de los perros y tuve que bajar al pueblo.

Para que no se quedara muy sola en la finca, solté a dos de las perras grandes y las dejé con ella.

Hice las vueltas rapidísimo, pero, al regresar,  se me desinfló una llanta y perdí como media hora.

Cuando llegué a la casa, un silencio absoluto reinaba en el ambiente.

La llamé y solo las perras salieron corriendo a recibirme. Ambas tenían el hocico y las patas con sangre, con mucha sangre.

El corazón no me latía: iba en una vertiginosa e incontrolable  carrera.

¡Virgen Santa!

Llamé…Solo “el silencio me respondió”.

Me decidí y de un solo salto entré al cuarto. Ahí estaba ella, tirada en el suelo, las piernas entreabiertas, sangrando, sin conocimiento.

¡Dios mío!

Y en la cama, semicubierto por una cobija y con huellas de patas y de babas de las perras, el bebé.

Cuando el médico la estabilizó  y revisó bien al niño, me dijo:

-¿Cómo hizo su esposa para mejorarse si había perdido el sentido? ¿Y cómo acató a cortar el ombligo con los dientes?

-¿Con los dientes?

-Sí, vea las marcas. Son de dientes y, por lo visto, muy afilados.

(1) En su Nuevo diccionario de costarriqueñismos, Quesada escribe "creyensero".

No hay comentarios:

Publicar un comentario