-Vea,
yo soy un hombre creyente; pero no creyencero(1). Así que juzgue usted esto que le
voy a contar.
Mi
compañera estaba embarazada. Ya casi iba a cumplir los 9 meses, y yo no me
alejaba de ella, porque le daban mareos y a veces se ponía muy mal. Pero un
día, se me acabó el alimento de los perros y tuve que bajar al pueblo.
Para
que no se quedara muy sola en la finca, solté a dos de las perras grandes y las
dejé con ella.
Hice
las vueltas rapidísimo, pero, al regresar,
se me desinfló una llanta y perdí como media hora.
Cuando
llegué a la casa, un silencio absoluto reinaba en el ambiente.
La
llamé y solo las perras salieron corriendo a recibirme. Ambas tenían el hocico
y las patas con sangre, con mucha sangre.
El
corazón no me latía: iba en una vertiginosa e incontrolable carrera.
¡Virgen
Santa!
Llamé…Solo
“el silencio me respondió”.
Me
decidí y de un solo salto entré al cuarto. Ahí estaba ella, tirada en el suelo,
las piernas entreabiertas, sangrando, sin conocimiento.
¡Dios
mío!
Y
en la cama, semicubierto por una cobija y con huellas de patas y de babas de
las perras, el bebé.
Cuando
el médico la estabilizó y revisó bien al
niño, me dijo:
-¿Cómo
hizo su esposa para mejorarse si había perdido el sentido? ¿Y cómo acató a
cortar el ombligo con los dientes?
-¿Con
los dientes?
-Sí,
vea las marcas. Son de dientes y, por lo visto, muy afilados.
(1) En su Nuevo diccionario de costarriqueñismos, Quesada escribe "creyensero".
(1) En su Nuevo diccionario de costarriqueñismos, Quesada escribe "creyensero".
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