miércoles, 29 de mayo de 2013

Muerte de sombras


Mi Muerte,
mi propia Muerte
debiera serme
familiar,
íntima,
como yo mismo,
como mi voz.
 
Debiera saber de ella
con la misma certeza
con que sé
cuántas lágrimas les caben a mis ojos
o cuánto miedo, a mi existencia.
 
Mi Muerte...
Debiera conocer sus gustos
y exigencias:
me acompaña desde que fui semilla
y sólo ella cabe completa
en mi modesta humanidad de caminante.
 
Debiera saber que es
como suspiro,
como mirada,
como éxtasis.
que acecha,
cautelosa,
signo de interrogación en la oscuridad,
y espera, espera, espera,
con la paciencia del desierto
o la ansiedad del marino.
Debiera...
simplemente, debiera...
 
Ahí está,
cambiante e igual,
dispuesta a todo,
mi Muerte fiel,
perra callejera
que come de mi mano
sin enseñarme nunca sus dientes,
sin mostrarme nunca sus garras.
 
Hacia el ocaso,
se va,
no sé dónde ni a qué,
y regresa de madrugada
con hambre de amor en sus pupilas.
 
Entonces,
echada a los pies de mi cama,
hace como que duerme,
indefensa,
pero  me está mirando,
sé que me mira.
Cuenta mis latidos.
Marca mis ronquidos.
Descifra mis sueños.
Calcula mi distancia.
Se desliza por mis venas y se aquieta,
paloma agobiada,
cerca de mi corazón de caminante.
Mi Muerte...
Mi solitaria y mansa muerte,
doncella  burlada,
tímida,
casi inofensiva
o inofensiva del todo,
espera por mí,
con el arrobo del amado
que lacera el horizonte
por su amado.
 
De día,
tampoco sé dónde está.
Seguramente,
vaga por los ralos bosques,
cuenta las hojas caídas,
reconstruye los nidos abatidos por el viento,
se sienta a la orilla del arroyo
o se tiende,
y piensa en mí,
su huidizo enamorado,
con la devoción de la novia incólume
o la serenidad del cielo azul.
 
En esas largas ausencias,
yo me creo infinito.
Me pongo a tejer poemas
y a bordar relatos
en los que la describo.
Y ella lo sabe.
Lo sabe.
Al llegar,
busca afanosa,
y se ve reflejada
en el verso sangrante,
descrita con cariño
en la frase temblorosa,
dibujada sin miedos,
pero incompleta,
siempre incompleta.
 
Yo debiera conocerla bien
y no la conozco.
Debiera saber mucho de ella,
y nada sé.
Siempre ha estado ahí,
esperándome.
Es mi única certeza.
No sé cómo es.
Sólo la siento.
La siento y no la veo.
 
Una vez,
la llamé a gritos,
y se escondió,
y no durmió conmigo esa madrugada.
Se fue por ciudades
y caminos,
y desparramó su rabia
en inocentes.
 
 
Desde entonces,
no llega cuando la llamo
sino,
hembra al fin,
cuando ella quiere.
 
Aunque la invoque,
no viene.
No puede venir.
Ya está aquí,
clavada,
crucificada
a mis células,
a mi médula,
como injertada.
Se escuda tras mi nombre,
habla por mí,
por mí ve, oye y siente.
Vive porque vivo.
Somos uno, indestructible y solidario,
Yo soy su prolongación.
Ella es mi razón de ser.
Ambos nacimos el mismo día
y,
una tarde de luz,
nos abrazaremos ambos,
dulcemente,
como la tierra y el mar,
el alba y el día,
la noche y el ocaso.
 
La Muerte...
 
Sus manos portan el bálsamo del olvido.
Su fragancia inciensa el sendero del caminante.
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario