No sé qué me derrumba
más:
si mi cuarto
o la penumbra que lo
cerca;
si la noche
o la incertidumbre
de un dia que no
llega;
si el silencio
o la espina
de este amor sombrío
que nos tiene
crucificados,
uno al otro,
sin esperanza de
redención.
-Te amo,
en esta sombra
perenne
de angustias y
mentiras.
Te amo,
en este rito extraño
y estéril,
pero persistente,
como el golpe del
oleaje
o el vuelo del
murciélago.
Me he perdido mil
veces
en tus ojos infinitos
y he oído tus
lamentos
mucho tiempo.
-Me amas,
con miedo y
desesperación,
temiéndole a la
sombra que nos rodea
y que nos hace
prisioneros
de nuestro sexo.
Me amas con dolor,
como con ausencia,
y has oído todos mis
lamentos
y tienes para mi un
nido en tus pupilas,
Te has perdido
en mis ojos tristes,
y acurrucas tu forma
en mis cansados
brazos.
Nos amamos en cruz
entre las sombras,
abrazados a un sueño
irrealizable.
Tu cuerpo,
este crepúsculo,
no invita al abrazo
sino a la cópula
atrevida...
Copulemos sin
descanso
en lo que queda de la
noche estrecha.
Ábreme tu cuerpo
para depositar en él
el signo de mi
derrota.
Por ella,
nuestro amor se
mantiene
con persistencia
letal,
en vana espera de que
el día llegue
e ilumine nuestras
sábanas arrugadas,
sucias,
olorosas a noche,
a sexo;
pero que no llegue,
para seguir
amándonos;
pero que llegue,
para separarnos de
este abrazo implacable
que nos aferra a la
sombra,
y mostrarle a la luz
la prueba de nuestro
amor de sombras.
Nos amamos
con religiosidad,
casi con veneración,
complacidos de las
sombras
y del mismo miedo,
deseosos de continuar
revueltos en nuestras
sábanas,
fragantes a sudor,
saliva y sexo,
pero nuestras,
nuestras,
como el amor que nos
castiga en sombras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario