-De esto que te voy a contar, fui testigo directa o testiga, como dirán un día las feministas.
Así comenzó la Muerte su relato sobre los dos hermanos.-Resulta que todo se debió a una mujer. Y fue un fenomenal enredo de suegras, cuñados, amantes y vecinos; pero, fundamentalmente, una mujer. Ella vivía al frente de su casa. Y ambos le llevaban regalos. Caín: verduras, frutas, legumbres. Abel: conejos, jabalíes, venados.
Un día, el padre de ella, queriendo que la situación se definiera cuanto antes, llamó a Caín y le dijo:
-Bueno, es hora de ir pensando en el matrimonio.
Caín, respetuoso y sumiso, repuso:
-Como usted ordene, señor.
Abel, por lo contrario, se sublevó:
-¿Qué es, que está aburrido de la carne que le traigo?
-No, no, Abel. Es que ya es hora de ir desposando a mi hija.
-Y claro, usted prefiere a Caín.
-A mí, me es indiferente uno u otro.
-Qué va. Yo sé que usted es vegetariano. Vea, don, yo no he pensado aún en casarme. Así que quédese con su hija y que le aproveche.
Unos vecinos oyeron la conversación, y como te lo cuento, me lo contaron.
Cuando Caín llamó a Abel para definir el mentado asuntito, éste le dijo que la muchacha no le interesaba. Que se quedara con ella.
Más feliz que nunca, Caín fue a casa de sus suegros y les dio la noticia de que él sería el yerno.
La boda se programó para el cumpleaños de Eva.
Nunca había visto a la Muerte como narradora. Era insuperable. Flexionaba la voz de acuerdo con las circunstancias. Gesticulaba. Hacía muecas. Caminaba. Se sentaba. Susurraba. Era todo un deleite escucharla.
-Pero resulta que Eva tenía como tres fechas de celebración. Una, la que Adán decía. Otra, la que ella argumentaba. Y la tercera, la que constaba en el Libro de la Vida, donde se anotan los acontecimientos importantes.
Otro problema era el del rito que se utilizaría para el matrimonio.
El suegro quería algo pomposo, según el rito judío. La suegra, el mazdeísta. Eva opinaba que debían casarse en el Paraíso, con el Ángel como testigo, y de acuerdo con los rituales vigentes. Adán estaba callado. No lo dejaban hablar. Lo mismo les pasaba a los novios.
Al final, se acordó una ceremonia sencilla, con Abel como testigo y el Ángel como padrino.
Nadie se imaginaba las torvas ideas del cazador.
La noche de bodas, en media celebración, Abel llamó a Caín...
Ninguno vio la pelea entre los dos hermanos. Debió haber sido feroz y sangrienta.
En un charco, el cadáver de Abel, con la cabeza partida de lado a lado. Cerca de él, el de Caín, con un cuchillo en medio corazón. Entre ambos, una quijada de burro y un enorme puñal de obsidiana.
Parecía que uno no podía ser el asesino del otro.
La nueva viuda le hacía segunda a Eva en los alaridos.
Adán, en un rincón, garabateaba en el suelo.
El único que no se veía triste, aunque hacía lo imposible por parecerlo, era Set, el hijo menor, a quien, por ley, le tocarían la herencia toda y la hermosa viuda que ya comenzaba a mirarlo de reojo, entre gritos y llantos.
En este pasaje, la Muerte se sonrió y me preguntó:
-¿Quién crees que fue el asesino?
-Puede ser cualquiera: Abel mata a Caín. Llega Adán o Set o el suegro y, a su vez, mata a Abel. O a la inversa: Caín mata a Abel...O a los dos los mata otro.
-¿Cuál otro? Nunca adivinarías. El asesino fue el padrino de bodas.
-¿El Ángel del Paraíso?
-Ése.
-¿Por qué?
-Por amor. El Ángel se había enamorado de la misma mujer. Y Luzbel le aconsejó deshacerse de los hermanos para disfrutarla libremente.
-Pero me imagino que la mujer lo rechazó.
-No. Al principio te dije que era “un fenomenal enredo de suegras, cuñados, amantes y vecinos”. Pues eso fue. Ella aceptó al Ángel con suma complacencia, y de ellos surgió la raza de los gigantes.
Ya ves, toda la vida juzgando al pobre Caín y, él fue, si se quiere, la primera víctima inocente de la Creación.
-¿Y Set?
-Nada se supo de él...Como que no le gustaban las mujeres y se fue con unos amigos a Sodoma, a probar suerte a esa ciudad tan propicia para sus gustos e inclinaciones.
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