jueves, 23 de mayo de 2013

Sodoma y Gomorra




Génesis, 19
-¿Qué, exactamente, pasó en Sodoma y Gomorra? ¿No fue ese otro de los grandes proyectos de Dios para deshacerse de sus criaturas?
Nadie contestó. Aparentemente, existía una prohibición terminante de hablar sobre este y otros asuntos concernientes al Creador y Destructor de la vida.
Ante silencio tan ominoso, Luzbel, Señor de los Ocasos y de  los  Crepúsculos, se aprestó a contar lo que conocía:
-Primero, he de aclarar que yo me vi involucrado en el drama  por asuntos eminentemente circunstanciales. ¿Qué digo drama, si en verdad fue una tragicomedia más cómica que trágica? No se vaya a pensar que estaba ahí como propiciador de la catástrofe, la cual me tomó de sorpresa, como casi a todos.
-Había serios problemas de agua en las ciudades  –continuó-. Los acueductos ya no llevaban la cantidad mínima requerida para abastecer a una población cada vez más creciente.
El presbiterio se reunió, y acordaron los nobles ancianos enviar una comitiva hasta Abraham para solicitarle su ayuda.
Hay que agregar, asimismo, que esa tierra era de una gran salinidad, lo que dificultaba la perforación de pozos y aljibes.También, que escaseaba la mano de obra. Los jóvenes, atraídos por el juego, el licor y el sexo fácil, producto de la enorme riqueza generada por la sal, estaban más dados a los placeres, que a las necesidades comunales.
Este, podría decirse, es el preludio de lo acaecido. O, mejor dicho, las causas inmediatas. Lo que sigue, pertenece más al dominio de lo insólito que de lo real.
(Muy disimuladamente, se frotó las manos, feliz de ser el narrador de aquella tragedia).
-En esa época –olvidaba decirlo- era común que ángeles y personas convivieran y se trataran mutuamente con gran familiaridad. Eso sí, solo los ángeles a quienes Dios castigaba por alguna falta venial y que venían a purgar aquí su, digamos, pecadillo.
Por esta causa, unos ángeles eran dueños de la mina de sal más rica de toda la región...y también de algunos de los hombres más hermosos.
-No se asusten: toda la vida ha habido y  habrá amores y placeres entre iguales. ¡Qué le vamos a hacer!
Y ponía una cara de circunstancias, que asustaba.
-Abraham acudió al llamado de sus parientes y, de acuerdo con los estudios realizados, ordenó clausurar la mina lo antes posible para, mediante un complicadísimo trabajo de ingeniería, perforar los enormes mantos acuíferos que yacían bajo ella.
Aquí fue Troya, como dirán ustedes un día.
Los ángeles se empecinaron en obstruir el proyecto, puesto que atentaba contra sus intereses.
Por su parte, los hombres que trabajaban en la mina, se levantaron en huelga, en apoyo a la comunidad. Para ellos, era más importante el agua que el mineral.
Las caravanas que llegaban por sal se fueron aglomerando a lo largo del camino entre las ciudades. Nadie podía entrar ni salir.
-Y ¿qué hacía Dios mientras tanto?
-No estaba. Había ido a visitar a sus parientes de India, y era Miguel el encargado de la corte durante su ausencia. Esta fue otra de las causas del desastre: Miguel, pese a su don de mando y a su carisma, no tenía la sagacidad suficiente para negociar.
Así que, por alguna ojeriza contra los ángeles, les dio la razón a Abraham y Lot, lo que produjo  la tragedia conocida: rebeldes como eran, los ángeles decidieron volar la mina; aunque con ella explotaran cuatro ciudades: Sodoma, Gomorra, Admá y Seboyim: o era para ellos toda la ganancia, o el pueblo entero padecería con ellos.
Miguel, para aniquilar a los revoltosos, “hizo llover fuego y azufre”, utilizando las naves de combate de Yahvéh.
La explosión de las minas causó uno de los terremotos más fuertes de que se tiene memoria en la región; mientras, el fuego caía sobre ambos bandos y arrasaba lo poco que permanecía en pie.
Como oye, hubo cuatro tragedias en una: la explosión de las minas, el terremoto, la inundación causada por los mantos acuíferos y la lluvia de bombas.
En la sima, se formó un enorme mar de agua harto salada, como un recordatorio de toda aquella insensatez divina y humana.
-¿Eso es todo?
-No, falta. Yahvéh fue avisado por su Ángel Mensajero, el que siempre le llevaba las noticias, sobre todo las malas.
A regañadientes, se vivo desde Benarés y, al ver el desastre, llamó a unos y a otros; los reunió frente a sí y comenzó su juicio. Toda la naturaleza quedó suspensa ante tanta majestad, toda, menos Edith, la esposa de Lot, que era la que más gritaba y gesticulaba aduciendo derechos, prerrogativas, antigüedad e inversiones.
Sin pensarlo dos veces, Yahvéh la convirtió en estatua, y de sal, para que hiciera juego con el entorno y dejara de perturbarlo en su sereno juicio.
El silencio fue entonces absoluto.
Yo, desde una torre, observaba todo, y nunca me imaginé que los ángeles rebeldes me propusieran como su abogado defensor. Esto me tomó de sorpresa. Pero no podía defraudarlos. Así que me hice cargo de su caso concienzudamente y demostré que lo hecho por Abraham y su gente era un delito contra la propiedad privada, y que los ángeles tenían que ser indemnizados.
-De acuerdo, dijo Dios; pero ¿quién lo va a hacer, si nadie tiene nada?
-Yo argumenté que Miguel; pues él había sido el causante de todo aquel embrollo.
Miguel, por su parte, culpó a Lot y su gente.
Lot dijo que la tragedia la había iniciado el comando de naves de Dios; que si no hubiera sido por ellas, se habría podido negociar de manera expedita.
Entonces yo, muy sagazmente, le eché la culpa a Dios y declaré que la indemnización debería correr por su cuenta; que si hubiera estado ahí, como era su deber, no hubiera habido tal alboroto.
De más está decir que todos estuvieron de acuerdo conmigo.
-Bueno, –me preguntará usted- ¿y cómo indemniza Dios? Precisamente, eso era lo que yo también me preguntaba, y esa era la inquietud de todos.
Pero Dios movió muy sagazmente la primera ficha:
-Cierto, debo ser justo y retribuir por las pérdidas. Comienzo por Lot: le devolveré a Edith.
-Aquí fue Troya de nuevo. Lot y sus parientes gritaban que no. La familia de Edith, que sí. Abraham, por algo es el padre de todas las generaciones, argumentó que más importante que Edith era lo económico, lo material; que esposas sobrarían.
Otra vez, gritos, uñas y mechas arrancadas de las hijas, nietas, nueras, vecinas, suegra y comadres de Lot, que comenzaron a apedrear al venerable Abraham.
Ante tanto barullo, Dios llamó al orden y dijo:
-Si debe haber compensación, he de comenzar por Edith. ¿Qué puede ser más preciado que la vida de la esposa y de la madre?
De  nuevo el alboroto.
-Pues bien –añadió Yahvéh- si no se ponen de acuerdo, yo no podré indemnizar: o comienzo por Edith, o no hay nada. Todos han visto mi interés en resarcir; pero, los más afectados se han negado a aceptar mi propuesta. Que cada cual cargue con lo suyo...
-Y se fue, majestuoso e imponente, en su cuadriga de fuego, dejando a todos alelados, y a mí con la boca abierta y segurísimo de que jamás serviría de abogado de nadie.

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