Cautivo
de ti mismo,
eternizado
en
tu sonrisa triste,
como
cactus solitario,
me
miras con temor,
lleno
de sombra,
y tu
mirada recorre,
fría,
mi
contorno.
Desde
la lejanía,
desde
la inmensa lejanía que nos desune,
desde
esa soledad de sueño
en
que te aquietas,
prisionero
del tiempo y del asombro,
desvelas
mi inquietud de caminante
con
tu tristeza eterna,
silenciosa.
La
Muerte
ya
no puede hacerte daño
ni
estropear el tiempo tu figura,
pero
estás mudo,
mendigo
de palabras que no vuelan.
¿Qué
más muerte que la del silencio?
Por
eso, tu tristeza,
tu
nostalgia,
el
dolor
de
tu sonrisa ida.
Yo,
en
cambio,
yo,
que
vivo muriendo a perpetuidad
y
cuyos débiles huesos se amortajan a cada instante,
puedo
hablarte...
Tengo
la palabra como alas que se extienden,
pero
condenada a no ser oída,
a no
ser sentida y degustada por ti,
dador
de mis palabras.
En
tu eternidad de sombras,
estás.
En
mi presente de palabras,
soy.
Algún
día,
como
aves que atraviesan el desierto,
fundiremos
nuestra soledad de sombras
y
será solo nuestro
el
silencio
de
la tumba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario