Génesis, 19
-¿Qué, exactamente, pasó en Sodoma y Gomorra? ¿No
fue ese otro de los grandes proyectos de Dios para deshacerse de sus criaturas?
Nadie contestó. Aparentemente, existía una
prohibición terminante de hablar sobre este y otros asuntos concernientes al
Creador y Destructor de la vida.
Ante silencio tan ominoso, Luzbel, Señor de los
Ocasos y de los Crepúsculos, se aprestó a contar lo que
conocía:
-Primero, he de aclarar que yo me vi involucrado en
el drama por asuntos eminentemente
circunstanciales. ¿Qué digo drama, si en verdad fue una tragicomedia más cómica
que trágica? No se vaya a pensar que estaba ahí como propiciador de la
catástrofe, la cual me tomó de sorpresa, como casi a todos.
-Había serios problemas de agua en las ciudades –continuó-. Los acueductos ya no llevaban la
cantidad mínima requerida para abastecer a una población cada vez más
creciente.
El presbiterio se reunió, y acordaron los nobles
ancianos enviar una comitiva hasta Abraham para solicitarle su ayuda.
Hay que agregar, asimismo, que esa tierra era de una
gran salinidad, lo que dificultaba la perforación de pozos y aljibes.También, que escaseaba la mano de obra. Los jóvenes,
atraídos por el juego, el licor y el sexo fácil, producto de la enorme riqueza
generada por la sal, estaban más dados a los placeres, que a las necesidades
comunales.
Este, podría decirse, es el preludio de lo acaecido.
O, mejor dicho, las causas inmediatas. Lo que sigue, pertenece más al dominio
de lo insólito que de lo real.
(Muy disimuladamente, se frotó las manos, feliz de
ser el narrador de aquella tragedia).
-En esa época –olvidaba decirlo- era común que
ángeles y personas convivieran y se trataran mutuamente con gran familiaridad.
Eso sí, solo los ángeles a quienes Dios castigaba por alguna falta venial y que
venían a purgar aquí su, digamos, pecadillo.
Por esta causa, unos ángeles eran dueños de la mina
de sal más rica de toda la región...y también de algunos de los hombres más
hermosos.
-No se asusten: toda la vida ha habido y habrá amores y placeres entre iguales. ¡Qué le
vamos a hacer!
Y ponía una cara de circunstancias, que asustaba.
-Abraham acudió al llamado de sus parientes y, de
acuerdo con los estudios realizados, ordenó clausurar la mina lo antes posible
para, mediante un complicadísimo trabajo de ingeniería, perforar los enormes
mantos acuíferos que yacían bajo ella.
Aquí fue Troya, como dirán ustedes un día.
Los ángeles se empecinaron en obstruir el proyecto,
puesto que atentaba contra sus intereses.
Por su parte, los hombres que trabajaban en la mina,
se levantaron en huelga, en apoyo a la comunidad. Para ellos, era más
importante el agua que el mineral.
Las caravanas que llegaban por sal se fueron
aglomerando a lo largo del camino entre las ciudades. Nadie podía entrar ni
salir.
-Y ¿qué hacía Dios mientras tanto?
-No estaba. Había ido a visitar a sus parientes de
India, y era Miguel el encargado de la corte durante su ausencia. Esta fue otra
de las causas del desastre: Miguel, pese a su don de mando y a su carisma, no
tenía la sagacidad suficiente para negociar.
Así que, por alguna ojeriza contra los ángeles, les
dio la razón a Abraham y Lot, lo que produjo
la tragedia conocida: rebeldes como eran, los ángeles decidieron volar
la mina; aunque con ella explotaran cuatro ciudades: Sodoma, Gomorra, Admá y
Seboyim: o era para ellos toda la ganancia, o el pueblo entero padecería con
ellos.
Miguel, para aniquilar a los revoltosos, “hizo
llover fuego y azufre”, utilizando las naves de combate de Yahvéh.
La explosión de las minas causó uno de los
terremotos más fuertes de que se tiene memoria en la región; mientras, el fuego
caía sobre ambos bandos y arrasaba lo poco que permanecía en pie.
Como oye, hubo cuatro tragedias en una: la explosión
de las minas, el terremoto, la inundación causada por los mantos acuíferos y la
lluvia de bombas.
En la sima, se formó un enorme mar de agua harto
salada, como un recordatorio de toda aquella insensatez divina y humana.
-¿Eso es todo?
-No, falta. Yahvéh fue avisado por su Ángel
Mensajero, el que siempre le llevaba las noticias, sobre todo las malas.
A regañadientes, se vivo desde Benarés y, al ver el
desastre, llamó a unos y a otros; los reunió frente a sí y comenzó su juicio.
Toda la naturaleza quedó suspensa ante tanta majestad, toda, menos Edith, la
esposa de Lot, que era la que más gritaba y gesticulaba aduciendo derechos, prerrogativas, antigüedad e
inversiones.
Sin pensarlo dos veces, Yahvéh la convirtió en
estatua, y de sal, para que hiciera juego con el entorno y dejara de
perturbarlo en su sereno juicio.
El silencio fue entonces absoluto.
Yo, desde una torre, observaba todo, y nunca me
imaginé que los ángeles rebeldes me propusieran como su abogado defensor. Esto
me tomó de sorpresa. Pero no podía defraudarlos. Así que me hice cargo de su
caso concienzudamente y demostré que lo hecho por Abraham y su gente era un
delito contra la propiedad privada, y que los ángeles tenían que ser
indemnizados.
-De acuerdo, dijo Dios; pero ¿quién lo va a hacer,
si nadie tiene nada?
-Yo argumenté que Miguel; pues él había sido el
causante de todo aquel embrollo.
Miguel, por su parte, culpó a Lot y su gente.
Lot dijo que la tragedia la había iniciado el
comando de naves de Dios; que si no hubiera sido por ellas, se habría podido
negociar de manera expedita.
Entonces yo, muy sagazmente, le eché la culpa a Dios
y declaré que la indemnización debería correr por su cuenta; que si hubiera
estado ahí, como era su deber, no hubiera habido tal alboroto.
De más está decir que todos estuvieron de acuerdo
conmigo.
-Bueno, –me preguntará usted- ¿y cómo indemniza
Dios? Precisamente, eso era lo que yo también me preguntaba, y esa era la
inquietud de todos.
Pero Dios movió muy sagazmente la primera ficha:
-Cierto, debo ser justo y retribuir por las
pérdidas. Comienzo por Lot: le devolveré a Edith.
-Aquí fue Troya de nuevo. Lot y sus parientes
gritaban que no. La familia de Edith, que sí. Abraham, por algo es el padre de
todas las generaciones, argumentó que más importante que Edith era lo
económico, lo material; que esposas sobrarían.
Otra vez, gritos, uñas y mechas arrancadas de las
hijas, nietas, nueras, vecinas, suegra y comadres de Lot, que comenzaron a
apedrear al venerable Abraham.
Ante tanto barullo, Dios llamó al orden y dijo:
-Si debe haber compensación, he de comenzar por
Edith. ¿Qué puede ser más preciado que la vida de la esposa y de la madre?
De nuevo el
alboroto.
-Pues bien –añadió Yahvéh- si no se ponen de
acuerdo, yo no podré indemnizar: o comienzo por Edith, o no hay nada. Todos han
visto mi interés en resarcir; pero, los más afectados se han negado a aceptar
mi propuesta. Que cada cual cargue con lo suyo...
-Y se fue, majestuoso e imponente, en su cuadriga de
fuego, dejando a todos alelados, y a mí con la boca abierta y segurísimo de que
jamás serviría de abogado de nadie.